Tomemos otro ejemplo clínico:
Mi paciente, una mujer de 50 años, sostuvo durante 30 (en secreto) que el marido de su hermana había intentado abusar de ella.
Esto le provocó una infinidad de consecuencias en su vida, tales como: el sentirse una «puta», alejarse de su familia, sentir que sus hijos eran rechazados por tías y primos, entre muchos otros padecimientos.
La madre le pidió que «olvidara» el hecho. Había que callarse por el bien de la hermana y la familia. Por décadas se alejó de sus seres queridos sin que estos entendieran el motivo.
Hace pocos días, por fin, después de un tiempo de análisis y de sus enormes transformaciones, pudo hablar con su hermana y contar la verdad.
El alivio que sintió la llevó a decir:
«Ahora me siento diferente, más aliviada. Ahora puedo hablar con mis hijos para que ellos mismos entiendan y dejen de sentirse rechazados. Ahora mi familia va a entender por qué me alejé.» Empiezo a ser yo.
El paciente del relato anterior, no logro deshacerse de esos recuerdos tan dolorosos, los cuales persisten con su presencia, a diferencia de este segundo caso en donde el recuerdo y el cese del secreto impulsan cambios enormes.
Entonces, muchas veces lo olvidado y reprimido debe ponerse en palabras para recién ahí dejarlo ir.